Cómo evoluciona el estrés por separación en los perros mayores
- Nathalie Ariey-Jouglard
- hace 5 días
- 4 Min. de lectura

¿Y si el silencio no fuera señal de tranquilidad?
Los problemas relacionados con la separación son bien conocidos entre los profesionales del mundo canino. Quejidos, destrozos, ladridos, eliminación inadecuada… son señales claras de que un perro sufre cuando su humano se va. Estos comportamientos suelen asociarse a cachorros o perros recién adoptados, como si el paso del tiempo bastara para superar la ansiedad. Sin embargo, el estrés por separación no siempre desaparece con la edad. A menudo, evoluciona, se transforma, se vuelve interno… pero no necesariamente se extingue. En algunos casos, la calma de un perro mayor no es una señal de bienestar, sino el reflejo de una resignación silenciosa.
A medida que los perros viven más años gracias a los avances veterinarios y al vínculo cada vez más cercano con sus familias humanas, se vuelve esencial comprender cómo envejecen sus emociones. El estrés, el apego, la soledad… siguen presentes en los perros senior, a veces de forma más sutil, pero igualmente intensa.
Un perro mayor es un perro más vulnerable emocionalmente
El envejecimiento trae consigo cambios fisiológicos, cognitivos y emocionales. Un perro mayor suele estar más lento, más cansado, pero también más sensible. Su capacidad de adaptación disminuye con el tiempo: los cambios en la rutina, los ruidos imprevistos o las ausencias prolongadas de su persona de referencia pueden generar mayor malestar. Esta vulnerabilidad emocional hace que los perros mayores sean más propensos a los trastornos como el estrés por separación.
Además, con la edad, el vínculo afectivo entre el perro y su tutor suele profundizarse. El perro se vuelve más dependiente, busca más el contacto y la cercanía. Aunque esto puede ser enternecedor, también puede intensificar la angustia cuando se produce una separación. Por otra parte, los perros mayores pueden expresar su malestar de forma menos evidente: se mueven menos, vocalizan poco y parecen apáticos. Esta aparente calma puede ser engañosa, ya que oculta un malestar emocional latente.
Señales de comportamiento que cambian con el tiempo
En los perros jóvenes, el estrés por separación suele manifestarse con comportamientos visibles y ruidosos: ladridos intensos, arañazos en puertas, destrozos… En los perros mayores, estas expresiones pueden evolucionar hacia formas más sutiles. Algunos simplemente se quejan de forma suave junto a la puerta. Otros se quedan inmóviles, en una postura de espera, durante largos periodos.
También pueden aparecer otros signos: suspiros frecuentes, temblores leves, lamido excesivo de las patas o una hipervigilancia constante. Las alteraciones en el sueño o en el apetito también pueden indicar un estado de tensión continua. El manejo, el aseo o incluso la espera en la peluquería pueden volverse más difíciles. Estos cambios se interpretan muchas veces como fatiga, confusión o aburrimiento, cuando en realidad son manifestaciones de una emoción profunda.
La voz del perro: un reflejo de sus emociones
Las vocalizaciones de un perro, por leves que sean, son una fuente valiosa de información emocional. Un gemido suave, un quejido ronco o un ladrido aislado pueden indicar un malestar real. A medida que envejecen, la voz de los perros puede cambiar: los sonidos se vuelven más graves, irregulares o ásperos. Estos cambios no se deben únicamente al deterioro físico de las cuerdas vocales, sino también a una tensión interna más intensa.
Hoy sabemos que las vocalizaciones están estrechamente ligadas al nivel de activación emocional. Un perro que se queja repetidamente, aunque sea en voz baja, está comunicando una necesidad, una dependencia, una angustia. En los perros mayores, esta expresión vocal se atenúa, como si dejaran de “pedir”. Precisamente en estos silencios parciales o vocalizaciones tenues se esconde información emocional que solo un profesional atento sabrá captar.
Un estrés que se subestima con frecuencia
Es común pensar que un perro tranquilo es un perro feliz. Esta idea es aún más frecuente cuando se trata de perros mayores. Sin embargo, una calma excesiva puede ser señal de inhibición emocional. El perro ya no se queja, no destruye, no ladra. Solo espera. Y sufre en silencio. Este tipo de estrés crónico tiene consecuencias reales en su salud física: puede contribuir a problemas digestivos, agravar dolores articulares, alterar el sueño y reducir la capacidad de autorregulación emocional.
Este malestar invisible es especialmente preocupante porque suele pasar desapercibido, incluso para cuidadores atentos. Sin herramientas adecuadas de observación y sin una interpretación fina del comportamiento, este estrés puede persistir y empeorar, perjudicando seriamente la calidad de vida del perro mayor. Por eso es tan importante devolverle un lugar a la emocionalidad en los perros sénior, aunque ya no muestren su malestar de forma evidente.
Adaptar nuestro comportamiento… y nuestra mirada
Acompañar a un perro envejecido implica aprender a observar de otra forma. Hay que reconsiderar las rutinas y nuestras expectativas. Siempre que sea posible, conviene evitar separaciones prolongadas o prepararlas con antelación. La rutina, los sonidos familiares, los objetos con olores conocidos (como una manta o una prenda del tutor) aportan tranquilidad.
También es importante ofrecer espacios de descanso seguros y accesibles, permitiendo al perro elegir su escondite. Las interacciones deben ser suaves, previsibles y sin sobreestimulación. Y ante cualquier cambio, aunque sea sutil, es aconsejable consultar con un veterinario o etólogo. Un perro mayor puede dejar de expresar su malestar como antes. Nos toca a nosotros cambiar la mirada para comprenderlo mejor y acompañarlo con empatía.
Una última palabra para los humanos
Envejecer junto a un perro es también aprender a ir más despacio, a escuchar de otra manera, a conectarse emocionalmente a otro nivel. El vínculo entre un humano y su perro suele intensificarse con los años. Pero con esa intensidad llega también una mayor dependencia emocional, una necesidad creciente de sentirse seguro.
Quizás tu perro mayor ya no muerde tus zapatos. Tal vez no ladra cuando te vas. Pero puede quedarse horas esperándote, en silencio, con la oreja alerta y la mirada inquieta. Es en ese momento cuando más te necesita: tu presencia, tu comprensión… y tu paciencia.
Porque el estrés por separación no siempre desaparece con los años. Se vuelve más sutil. Más silencioso. Pero aún está ahí, a veces, escondido en un simple suspiro.
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